miércoles, 17 de abril de 2013

Gallo Ciego

El roce de las páginas de un libro que se hojea modela una mujer hermosa, y cuando no se lee se contempla esa mujer con tristeza. Sin osar hablarle, sin osar decirle que es tan hermosa, que estar con ella no tiene precio, que cuando pasa imperceptible entre un murmullo de flores, la envidian. A veces se da una vuelta en las temporadas impresas para preguntarme la hora, o quizás finge contemplar atentamente mis reliquias de un modo insólito en criaturas humanas alguna.
Y el mundo muere en rupturas, se produce en los anillos de aire una herida a nivel corazón.

Y los diarios matutinos traen fotos de cantantes cuyas voces tienen el color de la arena en orillas tiernas y peligrosas.

Y a veces el vespertino dejan paso libre a cumplidas muchachitas que conducen fieras encadenadas.

Pero lo mejor está en el intervalo de ciertas letras, donde manos más blancas que el cuerno de las estrellas a mediodía, saquean un nido de golondrinas a fin de que llueva para siempre bajo, tan bajo que las alas no puedan entremezclarse. Manos por las que se asciende hasta brazos, tan levemente, como el vapor de los prados en sus graciosas volutas sobre los charcos, unos espejos imperfectos. Brazos que sólo se articulan al peligro excepcional de un cuerpo creado para el amor, cuyo vientre llama a los suspiros desprendidos de las zarzas llenas de velos.
Y que sólo tiene de terrestre la inmensa verdad del hielo, de los trineos, de las miradas sobre una extensión absolutamente blanca, de lo que no veré nunca más a causa de una venda maravillosa...
...que es la que utilizo jugando al gallo ciego de las heridas... 

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