martes, 30 de abril de 2013

El Grito

Como un feroz puñetazo
desde el mismo ovario donde la tierra es ignea
y suele ser ensamblado aborto y parto,
emerge EL GRITO.
Abismal, corpóreo,
para lavarnos de la impotencia y el miedo,
para poder levantar la frente sabedora de nortes.
Seguramente con menos estrellas
que en un rectángulo de loco imperialismo,
tal vez con una sola,
como la que alguien llevó en su negra gorra.
El Grito es de león y oveja,
es de bronca y de traiciones
en la ternura de todos los días,
en el pan blando,
en el dar incorruptible del jazmín.
El Grito es de Vivaldi y Bach,
de Siqueiros y Klee,
de una historia donde las uñas y la piel
se suben a la periferia del poder,
donde el poder
tal vez no sea exactamente el poder,
pero sea el codo a codo, el compañero,
los intransferibles códigos con que sobrevivimos
"a pesar de".
Sin domador,
sin petulantes marquesinas,
sin atisbos de soberbia,
nace este GRITO
hondo, temible, causal, bienaventurado.

Este Grito,
que rompe paredes y empedrados,
busca el oscuro corazón de la injusticia,
dice basta.
Pero después de basta
sigue gritando,
porque algo nos da de cachetadas,
en el cotidiano corazón con que vivimos.
El Grito del que hablo
es el hijo que nos está naciendo
históricamente,
desde siempre.
Y duele,
pero está naciendo...
Beatriz Pozzoli


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