martes, 23 de abril de 2013

Aparecida

En otros tiempos, siempre son otros tiempos, los pescadores solían peinar las algas en busca de objetos valiosos, arrastrados desde naufragios perdidos.

Un día, Luther, un buen pescador, buscaba tesoros entre la cruel costa rocosa; vió una criatura iridiscente, adorable, varada en un charco. Extasiado observó a la frágil mujer, encantadora, pálida, ojos nacarados, cabellera verde plata, que caía sobre los pechos desnudos, su voz...

Le fué fácil convencer al pescador que la devolviese al mar en retirada. El la tomó, sutil, apretándola contra su pecho, y empezo a adentrarse en las aguas gélidas.

Luther era hermoso, fuerte, la mujer lo quizo para ella, eternamente; suplicante, lo invitaba a entrar en el mar, su cuerpo era una serpiente elástica entre sus brazos...
Sordo, escuchaba sólo su voz, líquida, efluvios salinos que emanaban de su boca sin labios, capaz de desencadenar tormentas arrebatadoras.
Se hubiese perdido para siempre si su perro no ladra, furioso, desde la orilla. Como despertando de un mal sueño, se alejo y la mujer se lanzó mar adentro, gritando con relámpagos, "Nueve veces rodearé tu casa, nueve ciclos esperaré por tí, amor, te llevaré a dormir en mi vientre...".

Las estaciones pasaron, nueve vidas se gestaron, nuevos sueños esperaron en la orilla. Luther, volvía a la costa rocosa, esperándola, Madrugada tras madrugada, fumando su pipa, hecha de espuma de mar. Ella aparecería, entre espuma y algas, le llamaría, con su voz. Luther sabría que ya era la hora y feliz, se lanzaría al abismo verde, a su amor de voz de plata negra...



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