martes, 9 de abril de 2013

Fue Amarillo...

Es domingo, todo está tranquilo. La ciudad ha cambiado, se siente diferente, ahora cada quien posee su propia mirada, como esperando algo. Una vez Demetrio se imaginó anciano y que contaba a sus nietos historias magnificas y tuvo una extraña visión. Vio como el mundo pereció como consecuencia del impacto de un asteroide, era solo una visión, algo como un sueño. Pensó en relatarla a sus nietos, pero no podría contar una historia en donde los primeros en perecer son ellos. Luego volvió a este presente y desde entonces viene viendo, desde hace tiempo, el cielo como esperando que algo caiga. Ahora ve que las personas tienen esa mirada extraña que el tenía y eso le tiene un tanto nervioso. ¿Será posible que la humanidad presienta su destrucción? No lo sabe, habrá que esperar para ver que sucede.
Sus pasos lo llevan hacia ningún lado. Da vuelta en las calles de esta ciudad haciendo que se evaporen los minutos. Dos amigos aparecen, conversan por un rato, discuten asuntos sobre la realidad que se vive y lo extraño que está el ambiente. No tuvo que repetir la pregunta, ellos lo sienten tanto como el. Luego de un tiempo, Demetrio camina haciendo lo que hace rato hacía, el tiempo va más rápido para ver que sucede, igual si no pasa nada, mejor, pero parece que la emoción de todo esto es esperar algo, lo que sea. Espera a que la noche cayera con su reluciente manto para abrigarlos en este día, que, a pesar de ser hermoso; con su luz resplandeciente, de plácido aire, tenía debajo de esa muy creíble máscara una sensación grisácea y oscura.
Cuando ningún pensamiento abordó en la mente, cuando el silencio fue roto, cuando las miradas fueron vivas otra vez y justo antes de que el día muriera, una niña grita con estrépito destruyéndolo todo, como cuando alguien arroja una piedra a una gran ventana. Todos, absolutamente todos con la mirada estupefacta vieron el dedo de la única persona que miraba el cielo. Como autómatas siguieron la dirección a donde señalaba y la locura fue inevitable. Sus ojos ven sin creer la realidad de su visión, una luz, llamarada... Un Asteroide. Se dirige justo hacia ellos. Esta vez Demetrio no está viejo, no tiene nietos, no hay historias de medianoche, no hay cuentos; esta vez es real, tan real que siente como el calor aumenta hasta sofocarlo. La gente corre, grita, se estremece, claman al cielo, pero en estos momentos cualquier movimiento es vano, estúpido, nada vale la pena ahora, todo cuanto se conoce será destruido. La bola de fuego se hace inmensa y pasa por encima de la ciudad y choca lejos en un valle. Las olas de fuego, piedra y escombros consumen el suelo a una velocidad impresionante. Ve la puerta de una casa abandonada, se decide por refugiarse cuando sintió un calor tan intenso que le dio frío, el miedo se disipó cuando vio como su cuerpo se desintegraba velozmente y cuando el fuego cegó su vista…
Todo…
Fue amarillo…

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