lunes, 15 de abril de 2013

Lenta Madrugada

Capas oscuras se mecen con el viento en su hora lenta sobre los hombros difusos de los cualquiera, los nadie, que atraviesan las baldosas desconocidas del puerto… han puesto tantas leyendas en el nombre de los muertos, los fantasmas, el organillero loco, la paloma y el espíritu sacro; han tragado tanto ron y tanta niebla sus ojos, los ojos de aquellos que se recitan la noche.
Demetrio no entiende la despiadada inocencia del amor entre esas calles de nunca… los abismos son palpables, el veneno está en las gotas del rocío, la pesadilla se arrastra en el insomnio.
Y alguien canta su desesperada ausencia en las palabras de un verso tan viejo como la escena, esperando la salvación de los labios que no están junto a su boca, como si el amor jugara su milagro.
No hay inocencia, ni mucho menos piedad, en ese intento sin suerte, ni lugar, por mantenerse en el filo de la angustia hay sí una inmensa virtud que le desvela con su infranqueable verdad impredecible, como una venda que cae de los ojos con los párpados cerrados para romper la ceguera, como el más oculto y tímido secreto que lo sorprende sabiéndolo en el alma.
Pero no sé desde qué estado inconsciente o subconsciente se enluta de tristeza sus pupilas.
Poco hay para mirar, y, de eso poco, poco es lo que ve, y en eso todo es tan amplio que le alucina.
En las páginas ajadas, lo ruinoso de un poema, es apenas un sufrimiento callado.
Todas las formas posibles de estar solo son tan reales como el aroma que abunda y lo rodea

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