domingo, 12 de mayo de 2013

Baldosas Mojadas

Residuos de la tormenta quedaron arremolinando almas y hojas en la esquina, suspiro gris de la calle súbitamente lejana, como un pensamiento del que forma parte el tiempo, donde el otoño no es más que un hueso lamido lentamente por las horas que revelan su indominio, y las lustrosas películas de luces arrastran livianas sombras por el desgastado adoquinado y las vías inútiles.
No insiste en la rebelión del cielo íntimo de tantos crepúsculos pasados sobre su historia y sus cosas, añora el credo de un mundo que le tenía demente y quieto en la ventana empañada, oliendo el tibio sudor del ron, dormido en la angustia del aliento, que se fregaba en el vidrio, dibujando telarañas con las babas y los besos triturados en la boca, que se mordía a sí misma.
La poesía escasa de cordura fue marcando el equilibrio resignado entre lo bello y lo oscuro, hambre de la apropiación del verbo, carne de la ostentación violenta de la muerte, sentencia escrita en las llagas.
No hay virtud posible o lógica de andar en la tristeza que une al hombre con su origen y su fragua, pero hay dulzura en su honda y desgarradora música escapada por los muelles, de los viajes imposibles.
Todo era un juego de colmarse y vaciarse, colmarse y vaciarse, vaciarse y abastecerse… una moneda sin brillo y con el valor único de rodar la inmensa estrofa de las citas ordinarias, un intento que lo llevará hasta el fondo del deseo y le mostrará que no ha sido más que el miedo a no serlo un indicio de ello, en la comprobación humana de los otros y en la insignificante ausencia que dejemos en el filo de la copa, en el horror de la calle solitaria, en los zapatos humeantes de la madrugada inquieta… en el olor de la cama y en las cartas que se pierdan como pájaros de nunca al sol de frente.
Sólo un sabor quedará y solamente una boca habrá, si es que la hubiera, para contener el gusto impredecible de un sueño; un temblor en las mejillas de alguien muy profundamente nuestro, y ese sabor, y esa boca, y esa vida.
Los caminos vaciaban su huella para renovar la historia cada vez que daba vuelta a una esquina, el mismo barrio y una mirada distinta, el mismo hombre y otro barrio, la misma hora de otro momento...
Lunas capadas de magia bañan, con su cruz dorada, el aterciopelado cuerpo de la soledad caída en su desvelo, páginas de sinrazón, ventanas adormiladas, amores buscando abrigo, párpados que van cayendo en el cansancio y se prenden a un pájaro imaginario con la última fuerza y la terrible esperanza de ser visto en su rumbo, pero por mejor llegar se vuelve ciego y corre, parpadea, corre desesperado, pronunciando su descuido de la carne en el mismo vendaval que le da forma, pasion y espesura, olvidando lo que es porque no le hace falta recordarlo para saber que la razón está en serlo...
Con las baldosas mojadas se despide la tormenta, los pasos de un vagabundo arropan charcos descalzos. Demetrio esta desnudo ante el pálido reflejo de su sexo arrumbado en la nostalgia...




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