Ardo, ardo y no lo ves. Veo la noche,
el tejido de tu ausencia que vigila las frontera que me legas...
Un suspiro, un
susurro, del abismo brota el canto, la melodía
intermitente, la canción sombría...
Es un murmullo,
un gemido...
Sombra del
medio día, oscuridad en luz, danza en su
celda, girando al son de la armonía...
Es un rumor, un
llamado,una caricia, un
rasguño, una dulce cadencia...
Bienvenida...
Canta, muere, vive. Camina en
espasmos de lucidez por calles inciertas. No temas, al
susurro, al suspiro, yo te guío...
Sos el
cigarrillo en la mano fumado por el aire, que lentamente se lleva tu
humo...
Es hora de
temer... Yo te consumo...
Como alguna
vez escribió Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont...
“...Y cuando
estés en la cama y oigas los ladridos de los perros del campo, escóndete bajo
tu manta, pero no te burles de lo que hacen: tienen sed
insaciable de infinito (como vos, como yo, como el resto de los
humanos). Ella de rostro
pálido y largo, te permitirá situarte delante de la ventana para contemplar
el espectáculo, que es sublime...”
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